El antecedente de esta fortaleza en este emplazamiento tiene origen en la torre construida por el monarca nazarí Yufuf I a comienzos del s. XIV para defensa del emplazamiento ante los ataques de los piratas cristianos y berberiscos.
Pero sería a comienzos del siglo XVI, cuando a iniciativa de la ciudad de Almería, se construyera una torre que custodiara la producción y embarque de sal de las salinas. Finalmente, en ese mismo siglo el valor estratégico de este emplazamiento como embarcadero en la bahía de Almería acabó por decidir a la corona a levantar en este lugar un castillo, de planta cuadrada, con torreones circulares desiguales en sus extremos, uno de ellos más fuerte como baluarte de artillería
A lo largo del s. XVII la fortaleza de Roquetas sufrió grandes daños, no solo por la violencia de los terremotos acaecidos en esta centuria o los constantes ataques de la flota de navíos turcos, sino por la falta de capacidad de la corona para emplear recursos en su reconstrucción.
Por ello la corona acudió a la privatización de la fortaleza. Así fue adjudicada en 1666 al capital de caballería Luis de Castro Inestrosa a cambio de la reconstrucción de la misma y la construcción de un baluarte de nueva planta para emplazar artillería.
Un descendiente, Joaquín de Castro, renunció a la propiedad de la fortaleza en 1744 a cambio del título de marqués de Campohermoso. Posiblemente les resultaba muy oneroso su mantenimiento, pasando el castillo de nuevo a la corona

En cualquier caso, tras los reparos de Luis de Castro Inestrosa el castillo de Roquetas quedaría como un edificio cuadrado, con tres cubos o torreones en los ángulos y una batería en el restante que miraba al mar con cuatro cañones pequeños de diversos calibres. Este bastión llamado el Macho es el único original que resta hoy en día, siendo el resto reconstrucción.
Al interior se accedía a través de un portón que carecía de defensas especiales, presentando a la izquierda de la puerta el cuerpo de guardia y la cárcel y a la derecha el pozo y la capilla; apoyando en sus murallas de levante y meridional los cuarteles y estancias de la tropa, además de la estancia del alcaide en dos plantas, teniendo la superior acceso a través de corredores situados sobre pilares, a los que se accedía desde el patio por escaleras; en el mismo aparecía un horno para amasar el pan y sendas habitaciones de piedra y barro en las que se refugiaban los cortijeros de las inmediaciones para pasar la noche al abrigo de los cautiverios.
Tras la guerra de Sucesión (ya se sabe esa en la que las casas nobles nos hacían guerrear a todos para hacerse con esta o aquella corona) se pusieron en marcha proyectos defensivos que tuvieran en cuenta las armadas y sus nuevos sistemas de artillería.
Por ello durante el siglo XVIII fueron numerosas las intervenciones realizadas en el castillo de Roquetas para fortalecer su capacidad defensiva. Entre ellas las realizadas en 1784 con el fin de reparar los daños provocados por la explosión del polvorín de la fortaleza a causa de un rayo caído en una tormenta.

Pero ¡ay!, un nuevo terremoto en 1804 dejó la fortaleza arruinada particularmente su interior, afectando en menor medida al baluarte artillero. Ya nunca se reparó, ni en el siglo XIX ni en el XX. En 1910 en ayuntamiento con nula sensibilidad patrimonial pidió al Ministerio de la Guerra su enajenación y demolición porque era un “adefesio para el ornato público”.
Afortunadamente no sucedió y a comienzos de 1987, el Ayuntamiento de Roquetas, formado por personas de sensibilidad muy distinta a las de principios de siglo, adoptó el proyecto de reconstruir íntegramente el castillo de Santa Ana. La reconstrucción de la fortaleza fue terminada en el año 2003 y hoy se convertido en un Centro cultural que acoge un gran numero de exposiciones y otras actividades culturales.
