Defensas costa andaluza 206. Almenaras onubenses. Torre de San Jacinto

Empezamos con este post nuestro recorrido por las distintas fortificaciones que podemos encontrar todavía en la costa onubense.

A partir de Gibraltar se puede considerar que empieza la costa atlántica andaluza. Pero a partir de la desembocadura del Guadalquivir, las circunstancias de la costa son bien diferentes.

1765 Plano de la costa Antonio de Gaver (detalle)

Mientras la costa del reino de Granada se encontraba densamente defendida o la costa de Cádiz con fortificaciones tan potentes como Gibraltar, Tarifa o la bahía de Cádiz, en la costa que va de la desembocadura del Guadalquivir a la del Guadiana, que forma un largo arco convexo, no existían apenas precedentes defensivos. Quizás porque se trata de una zona bastante despoblada con largos tramos del litoral totalmente deshabitado. O que, por otra parte, no existía población morisca que tanto preocupó en las costas de Granada o Málaga.

Ante los continuos ataques turcos y berberiscos o anglo-holandeses, en 1576 Felipe II toma la decisión de poner en marcha la construcción de una cadena de fortificaciones tipo “torres almenaras” en el litoral atlántico andaluz, desde Gibraltar a la frontera portuguesa.

Diseño de tres tipos de torres para la costa. Cristóbal de Rojas 1613

Es nombrado comisionado para esta tarea al comisionado Luis Bravo de Laguna, que recorre toda la costa en 1577 eligiendo el lugar para la construcción de cada una de las torres. En la costa onubense Bravo de Laguna planificó 16 torres de las que muchas no se construyeron.

Sus decisiones no estuvieron exenta de problemas. Con las mercadas arcas públicas, el mayor escollo encontrado por la monarquía fue la negativa de los ayuntamientos de la época a contribuir a financiar estas infraestructuras defensivas. Esta oposición al plan de financiación deriva en un conflicto que durante una década paraliza el inicio de las obras, hasta que en 1586 Felipe II decide nom­brar un nuevo comisionado ante la ineficacia de las labores de don Luis Bravo.

El nuevo encargado de las edifica­ciones será el juez Gilberto de Bedoya, quien elabora un nuevo plan de financiación, en el que son ahora los nobles quienes deben asumir una parte del gasto. Además, se impuso un gravamen extraordinario sobre las capturas de pescado, fuente de riqueza de la economía de la provincia, lo que le garantizaba dotarse de recursos económicos que hicieran realidad el proyecto. Tras este nuevo reparto, se llega a un acuerdo y la construcción de las primeras torres comienza en 1586.

Diseño de torre para costa onubenses. Antonio Hurtado. 1777

La acción de Bedoya parece que tampoco fue muy lucida pues en 1587 fue cesado y el balance de su acción fue bastante pobre: en toda la costa onubense no se había concluido ni una sola de las torres. En la década siguiente muchas de las obras de Bedoya se habían perdido por la acción de los movimientos del litoral, que no se habían tenido en cuenta

La inadecuada ubicación de las torres decidida por Bravo de Laguna fue cuestionada por Diego Maldonado y por el propio Duque de Medina Sidonia, sin que fueran tenidas en cuenta sus objeciones por la corona.

La experiencia posterior demostró que estaban en lo cierto, tanto en la ubicación por el movimiento constante de las dunas, como en la decisión de artillar estas torres. No tenía sentido dotar de cañones a torres tan alejadas entre si que dejaban un amplio campo sin batir. Como señaló el que mejor ha estudiado estas torres, Luis Mora-Figueroa, “para su propia defensa no estaban justificadas las piezas y para cubrir la playa eran absolutamente insuficientes”.

La función de estas torres varió dependiendo de su ubicación; así, las torres localizadas en tramos lineales de costa (Catalán, Marijata, Morla, Oro, Asperillo, La Higuera, Carbonero y Cruz de Zalabar) tuvieron únicamente una misión de vigilancia y sólo se defendían con culebrinas y arcabuces, mientras que las ubicadas en desembocaduras fluviales (Canela, Umbría, Arenillas y San Jacinto) tuvieron una misión defensiva para el control del acceso de los canales portuarios y estaban artilladas con uno o varios cañones de bronce. La dotación de las torres de vigilancia estuvo constituida por tres soldados, mientras que las torres artilladas sumaban a esta dotación un artillero.

El capitán Cristóbal Mexía Bocanegra hace un informe en 1618 donde se puede concluir que la mayoría de las torres están en buen estado y artilladas.

En total son 13 torres de las que hay 4 desaparecidas (Asperillo, Morla, Marijata y Terrón), tres en grave situación de ruina (Zalabar, Higuera y Oro) y 6 en buen estado de conservación (San Jacinto. Carbonero, Arenillas, Punta Umbría, Catalán y Canela).

Tomado de “Las torres almenara de la costa onubense”, del Dr. Juan Antonio Morales González

En el transcurso de los años, algu­nas de las almenaras se deteriora­ron hasta incluso desaparecer por completo. La clave de la conserva­ción o la destrucción se encuentra en la distinta forma en la que los procesos geológicos afectaron a los diferentes lugares de empla­zamiento.

Una cosa que llama poderosamente la atención es que algunas de estas torres se hallan hoy entre dunas a centenares de metros o incluso kilómetros de la costa, como es el caso de Torre Canela, Torre Umbría, Torre Arenillas o Torre de San Jacinto. Preci­samente son estas torres las mejor conservadas.

Por el contrario, los restos de otras de las almenaras aparecen devo­rados por el mar, incluso cuando éstas fueron construidas encima de acantilados varios metros sobre el nivel del mar.

Torres almenara en la costa onubense. Elaboración propia

Existe una aparente relación entre la función de estas torres (torres artilladas) y su ubicación tierra adentro. Curiosamente, todas estas torres controlaban con sus piezas de artillería el paso de las embarca­ciones hacia los puertos estuarios y podría pensarse que por ello dispo­nían de una mejor construcción; sin embargo, es su posición en áreas de influencia fluvial la que marca su po­sición actual lejos de las playas. Los grandes aportes de sedimento que llegaron a la costa desde nuestras cuencas fluviales tras las grandes deforestaciones del siglo XVI, du­rante la fiebre de construcción de buques para la carrera de Indias, permitieron a la dinámica costera edificar grandes deltas como el del Guadiana, Odiel y Guadalquivir, haciendo que la línea de costa se trasladase mar adentro y dejando las torres aisladas hacia el interior, con lo que rápidamente perdieron su funcionalidad como control de los canales. Valga como ejemplo el caso de la Torre Canela, cuyo cañón para el control del Guadiana había sido ya retirado en 1756 por no alcanzar ya a la posición del canal navegable en esa fecha.

En cambio, algunas de las torres construidas en los tramos de costa lineales existentes lejos de las desembocaduras fluviales aparecen hoy destruidas incluso totalmente, ya que de torres como Marijata o Morla se desconoce incluso su ubi­cación original, y de otras como El Asperillo sólo quedan fragmentos dispersos que pueden observarse durante las bajamares. Este hecho es debido a la fuerte erosión que el oleaje provoca, incluso hoy en día en la base de los acantilados, haciendo que éstos retrocedan a un ritmo acelerado. Esta erosión ya se manifestó incluso durante el periodo en el que las torres estaban siendo construidas. No sólo la erosión del oleaje afectó a estas torres. La presencia de frac­turas paralelas a la superficie del acantilado facilitó que grandes ma­sas de terreno cayeran por la acción de la gravedad durante grandes lluvias, grandes temporales, terre­motos o tsunamis. El deslizamiento de trozos de acantilado a favor de estas fracturas debió de afectar tempranamente a algunas de estas torres de forma continuada, como en el caso de Torre del Oro, cuyo pozo se rellenó de concreto en el siglo XVIII para afianzar la alme­nara con el terreno, que ya había empezado a deslizar. En el caso de Torre La Higuera (Matalascañas), un gran bloque de acantilado volcó durante el tsunami que siguió al terremoto de Lisboa en 1755, haciendo que la torre cayese boca abajo y con los cimientos hacia arriba, posición en la que hoy se encuentra en medio del agua a decenas de metros de la línea de playa.

Elaboración propia sobre el dibujo de Luis Mora Figueroa

Es también conocida como Torre de Modolón. Fue construida en la Punta de Malandar estratégicamente encargada de proteger y vigilar la barra de Sanlúcar, enfrentada al baluarte del Espíritu Santo en la otra orilla del Guadalquivir con el que cruzaba fuegos.

Como hemos dicho en otras entradas esta barra era de la máxima importancia para la corona por ser la entrada al puerto de Sevilla y, por tanto, lugar de obligado paso de la flota de Indias.

Pese a su importancia estratégica, aunque fue planificada por Bravo de Laguna en 1577, cuando Bedoya se fue a la corte en 1587 la dejó inconclusa. Se habían levantado tan sólo 8,80m. incluyendo el cimiento.

Las ya comentadas demoras y paralizaciones hicieron que la torre de Modolón, empezada como se ha dicho en época de Bedoya, en 1586, no estuviera aun acabada en 1608, por lo que la fecha de su finalización y artillado debió ser bastante cercana al momento en que se produjo la visita del capitán Mexia Bocanegra en cuya relación aparece como como la mas fuerte y mejor artillada de todas las onubenses.

Actualmente se encuentra a cierta distancia de la costa por las acumulaciones arenosas que modificaron la configuración del litoral. Aunque su estado de conservación es bueno, aparece semioculta entre el cordón de dunas y la primera línea de pinos piñoneros que dominan los bosques de Doñana.

La torre, de forma troncocónica, tiene 11,70 metros de diámetro y una altura de unos 15 metros. Es de mampostería parcialmente enfoscada, coronada por un baquetón de medio bocel, bajo el cual se disponen unas ménsulas para sostener cuatro ladroneras, desaparecidas, para el control de la vertical.

Planta y perfil de la torre de San Jacinto. Juan Bautista Bussy 1742

El acceso se situaba en la fachada contraria al mar, a unos 3,5 metros de altura sobre el nivel de la arena, que ha enterrado la escarpa. En su interior, se dispone un zaguán cubierto de bóveda escarzana y la cámara principal, de 7 metros de diámetro con bóveda de perfil elíptico. Disponía de aljibe y de escalera de caracol engastada en el muro para acceder al terrado, bajo una garita cubierta de cúpula.

El parapeto era de acusado derrame, con almenas artilleras para cinco piezas, reducidas a cuatro de hierro para mediados del siglo XVIII, del calibre 16 y 10, y una pobre guarnición de dos artilleros, tres torreros y un cabo, cuando podía guarecer hasta cincuenta soldados de infantería y otras cuatro baterías.

En 1742, Juan Bautista de Bussy construyó un almacén de madera para 30 quintales de pólvora sobre pilotes en la planta.

Ver Vídeo de la Torre de San Jacinto.

Nota A las torres de Doñana no he podido acceder. Las fotos son de IAPH y de Nicola Palmieri

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