Termino el recorrido por las fortificaciones del distrito de Viseu (ciertamente no muy numerosas ni imponentes) con el «Castelo e Cerca Urbana de Lamego». Lamego fue un importante centro estratégico desde, al menos, la Alta Edad Media. Su territorio se encuentra salpicado de referencias al poblamiento y a la organización de base asturiano-leonesa, constituyendo un puesto avanzado de la expansión cristiana sobre la Beira de finales del siglo IX e inicios de la centuria siguiente.

La población fue tomada inicialmente a los moros por Ordonho II de Galicia en 910. Posteriormente fue reconquistada en el 997 por las fuerzas de Almanzor. E invadida de nuevo por Fernando I de León en 1057 en su célebre campaña de las Beiras, no sin dificultad, lo que demuestra la importancia de su fortificación en la época. De las obras realzadas entonces en las fortificaciones han quedado pocos testimonios.
El castillo que conocemos hoy comenzó a ser erigido en el siglo XII, ya bajo el dominio portugués. Se atribuye a los mediados del siglo la construcción de la torre del homenaje y la definición genérica de la alcazaba. Sin embargo, el hecho de que la torre se encuentre desviada hacia uno de los topes de la cerca, defendiendo activamente los muros, hace suponer que sea ya una realización gótica. Es de planta cuadrangular y tiene tres pisos, con puerta elevada al nivel del segundo piso. La muralla es irregular, de sección ligeramente hexagonal, con entrada principal volcada a nacientes y muros dotados de adarve.
Este sistema defensivo fue fortalecido con la muralla de la ciudadela, cerca que protegía al primitivo pueblo. Se trata de una segunda línea edificada a lo largo del siglo XIII y probablemente entrando por la centuria siguiente, una vez que una de las puertas -la de la Vila- corresponde a la característica tipología armónica dionisia, con arco axial de perfil señalado entre dos grandes torres cuadrangulares. Ella comunicaba con la antigua Calle Derecha, el principal eje viario intramuros que, a través de una inflexión, llevaba a la Puerta del Sol, orientada al Sur y de composición igualmente gótica.
Como muchos otros castillos, también el de Lamego fue objeto de un extenso período de degradación y desmantelamiento. Perdida su función militar, durante el siglo XIX se asistió a la reformulación municipal del conjunto, permitiendo el Ayuntamiento a partir de 1824 que se edificaran casas adosadas a las murallas y que en 1834 se demoliera un torreón para aprovechamiento de piedra en otras construcciones.
El conjunto del Castillo, Cerca Urbana y Cisterna de Lamego fueron clasificados como Monumento Nacional en 1910. Desde 1976 el Castillo acoge al grupo de Scouts de Portugal.
Descripción
Se trata de un castillo originalmente de montaña, a una cota de 543 metros sobre el nivel del mar, implantado en monte de afloramientos graníticos y de esquisto, actualmente con dos paños de muralla, interna y externamente, insertados en la malla urbana.
La planta está adaptada al terreno, dominada por la torre del homenaje al oeste, de planta cuadrada, con cerca de 20 metros de altura, almeada. A la torre se accede por una puerta a nivel superior, casi 3 metros del suelo, y se divide internamente en tres pisos de madera, comunicados entre sí por escaleras del mismo material, con las fachadas abiertas por pequeñas grietas de iluminación, algunas alteradas en el siglo XVI para ser transformadas en ventanas, por orden del último conde de Marialva, D. Francisco Coutinho, posiblemente con el propósito de dar a la torre una función habitacional.

En el caso de la alcazaba es de planta hexagonal irregular, adherida a la cara interna de la cerca urbana, con adarve y puerta de acceso de arco roto, orientada sensiblemente al este.

La cerca urbana amurallada contorna la ciudadela, extendiéndose hacia el sur a cotas bastante inferiores. Al norte, entre significativos tramos de muralla, se abre la «Porta da Vila» (también denominada de los Higos, del Aguião, del Norte o de los Fuegos), defendida por dos torreones laterales y con puerta de arco apuntado, sobre el cual, en su cara interna y superior, se construyó un oratorio de madera.

En el extremo sur se alza la «Porta do Sol» en arco roto, situada en un paño de muralla de grandes proporciones. Esta puerta tiene un nicho epigrafiado, y junto a la de la Villa, son los dos accesos a los más importantes ejes viales del tejido urbano del perímetro amurallado.

Dentro del perímetro amurallado merece referencia la Cisterna, ubicada junto a uno de los tramos. Realizada en aparato de buena dimensión, donde abundan las siglas de los constructores, es un edificio abovedado y soportado por cuatro arcos apuntados, cuyo acceso se realiza por puerta una lateral con escalera y conexión a la muralla.
La leyenda de la mora de Ardínia
De acuerdo con una leyenda local, en tiempos del dominio musulmán vivía en el castillo una princesa mora, de nombre Ardinia, hija del gobernador, que se enamoró de un caballero cristiano, Tedom Ramires. Ambos se fugaron para tierras cristianas, pero el padre de la joven logró alcanzarla en la ermita de San Pedro, junto al río Távora, cuando la joven acababa de convertirse a la fe cristiana, por lo que su propio padre la ahogó en las aguas del río. El caballero enamorado, al enterarse de la muerte de su amada, hizo voto de celibato, siendo muerto en combate con los moros junto al río Tedo, que por eso tomó su nombre.

Una otra versión refiere que, a la misma época, era señor del castillo un rey moro de nombre Alboacém, padre de una bella princesa de nombre Ardinia. La belleza de la joven era tal que sedujo inmediatamente al caballero cristiano Tedon, bisnieto de Ramiro II de León, cuando un día, disfrazado, vino a Lamego. El primer encuentro entre Tedon y Ardinia se produjo en el naranjal del castillo en una noche de luna. Con la sucesión de los encuentros secretos, la pasión prohibida entre los dos jóvenes aumentó hasta el punto de decidir huir al convento de San Pedro de las Águilas, donde el Abad Gelásio los casó. El padre de la princesa, sin embargo, consciente de la fuga, la buscaba por todas partes, viniendo a encontrarla refugiada en aquel convento, donde la mató. Hasta hoy se afirma en la región que, cuando el castillo está envuelto por la niebla en el invierno, el fantasma de la princesa flota sobre él.
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